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Su nombre es cáncer…y el mío Isabel

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Me miro en el espejo y hoy por fin me reconozco. Mi imagen refleja un rostro sereno que me devuelve una sonrisa amplia, con los labios pintados. Ha sido un largo camino llegar hasta aquí. Han sido muchas horas de angustia, infinitos momentos de incertidumbre y un miedo atroz a no saber con certeza cual iba a ser el final .

En una revisión en la ducha me noté un nódulo en un pecho. No parecía muy grande pero me asusté. Inmediatamente pedí cita en el médico y empezaron las pruebas para estudiar algo que nunca había estado allí, por primera vez sentí miedo: el médico me dijo “hay que hacer una biopsia”. Ese tiempo de incertidumbre fue terrible, no podía dejar de llorar, no sabía cómo iba a afrontar lo peor. Siempre lo peor, en ningún momento pensé que fuera algo benigno. El diagnóstico solo confirmó mis temores y me derrumbé como jamás había sucedido. Ni la muerte de mi madre, ni situaciones personales difíciles que había vivido anteriormente tienen nada que ver con ese momento. ¿Cómo afrontar algo tan incierto? ¿Qué va a ser de mis hijos? ¿Y si no lo supero? Soy una mujer joven, racional y práctica pero el diagnóstico fue rotundo y yo no tenía fuerzas para pensar. Los niños esperaban a su madre como cada tarde al volver del colegio, y yo solo quería llorar… Mi familia estaba lejos, y yo estaba sola en una ciudad que no conozco, sin nadie cerca que me diera un abrazo de consuelo. Mil preguntas sin respuestas y mi angustia en aumento.

 

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Fue mi hijo Marcelo, de 12 años quien me recordó la cantidad de veces en que yo misma había apoyado a la aecc en diferentes campañas. Mientras mis hermanos llegaban desde el extranjero para instalarse en casa, él se puso en contacto con la asociación… y ahí empezó mi remontada. Durante todo el tiempo en que estuve en el Hospital me acompañaron, aconsejaron, escucharon; me vieron llorar y por supuesto me sostuvieron en los momentos en que mi cuerpo no quería recomponerse y mi mente se dejaba llevar al caos. Cuando vi mis cicatrices, algunas compañeras de batalla estuvieron a mi lado y me mostraron las suyas, las heridas de una guerra que las había reforzado hasta el punto de convertirse en batalladoras incansables, en hermanas de todas las que vendrían después a este desolador colectivo al que puede pertenecer cualquiera.

Llegó la quimio y con ella los días de agotamiento, malestar, náuseas y vómitos. No fue fácil verme sin pelo, sobre todo cuando escuché desconcertada a mi hijo de 7 años decirle a un amigo que no me reconocía. Nuevamente me desmoroné. Pero también fue entonces cuando decidí que quería vivir, que iba a afrontarlo con coraje y positividad . El cáncer no iba a poder conmigo, como tampoco había podido con tantas otras compañeras.

Hoy todo es diferente, Marcelo ya tiene 14 años y yo he recuperado la energía vital. Sé que el camino ha sido largo, y todavía queda mucho por delante pero iremos paso a paso. Toca vestirse de domingo y salir a la calle a gritar bien alto lo que he aprendido en esta carrera a la vida. Voy a salir a abrazar a quien necesite cariño, a llorar con las familias de quien busque empatía y a animar a las compañeras que están luchando por remontar sus miedos.

Esta es una batalla que algún día venceremos. Porque estamos juntas, porque somos luchadoras y porque vamos de la mano hacia un futuro prometedor y empoderado que no puede estar sin nosotras.

Ya me voy a la calle. Me he puesto un top nuevo, estreno perfume y me siento segura que nunca.

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