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Cuando tenía 15 años soñaba con tener 35 para ser igual que Carolina de Mónaco. A mi me parecía que a esa edad ya tenías la suficiente madurez como para vivir la vida sin tener que dar explicaciones; libre y auténtica… Por supuesto pensaba que con los años llegarían también el glamour, la delgadez y habría conseguido un nivel económico suficiente para vivir en un plácido “dolce far niente”.

Frente a los sueños adolescentes, está el paso del tiempo, y alrededor de esa edad ya supe que mi vida había cambiado en muchos sentidos,  no siempre en la dirección que yo había previsto.

 

1) A nivel físico me di cuenta de que empezaba a resultarme más complicado perder peso; a igualdad de condiciones, mi cuerpo empezó a acumular grasa en zonas en las que antes no eran tan evidentes (yo no he sido nunca especialmente flaca). Tuve que acostumbrarme a que la celulitis hiciera acto de presencia en mis piernas y en mi culo; me costó más aceptarla en otras partes del cuerpo pero lo cierto es que poco a poco fui entendiendo que todo esfuerzo para evitarla era un parche circunstancial y que solo podía hacer dos cosas: aceptar los cambios inevitables o pasarme la vida negándome a mi misma y luchando contra corriente. Con esfuerzo y trabajo lo acepté.

 

2) Dejé de fumar,  y ello no me supuso un drama. Entendí que eran mayores los beneficios que el placer de mantener una costumbre que, en mi caso, mantenía solo por necesidad de mimetizarme en la tribu. Una vez más, superé mi inseguridad y asumí que algunas costumbres sociales no eran ideales, por más que fuesen mayoritarias.

 

3) Fui madre;  ello supuso el gran cambio físico, emocional, personal, social, y vital que nadie puede imaginar. De las cosas que he hecho en mi vida, ésta es sin duda mi gran obra. La que me hace sentir más orgullosa y la que me convence de que todo el esfuerzo de este camino merece la pena.

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4) Entendí la frase de Carrie Bradshow “los 20 son para enamorarse, y los 30 para pagar las copas de quienes sufren por amor”. Me rompieron el corazón y viví con mis amigas la experiencia sanadora de compartir  momentos así,  propios y ajenos.

 

5) Las hormonas femeninas se equilibraron y desapareció completamente mi acné juvenil. De repente, mi piel resplandecía como nunca, Y así sigue.

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6) Descubrí que tengo 3 ó 4 amigas de verdad; y que son suficientes.

 

7) Dejó de preocuparme el hacer lo mismo que todos, y empecé a reivindicar el ser yo misma. Acepté mis diferencias y aprendí a convivir con mis errores, mis defectos y mis altibajos emocionales. No pudiendo vencer mis fantasmas, me uní a ellos.

 

Pero sobre todo, a partir de los 30 años descubrí la belleza que existe en cada persona. Entendí que cada una de nosotras tenemos algo único  que nos diferencia y convierte en extraordinarias. A veces es un gesto, una palabra, la forma de movernos o una sonrisa. Cualquier cosa puede hacer que nos convirtamos en alguien especial para los demás, aunque a veces no seamos conscientes de ello. Y ahora sé que lo que ahora llamamos movimiento “body positive” no es más que el convencimiento propio de querernos  un poco más. Para empoderarnos, para brillar cada día y para  no dejar de estar convencidas de que el sueño que una vez creímos posible, llegará si dejamos la ventana abierta a las oportunidades, y que aunque en nuestra vida no todo sea perfecto, podemos ser felices.

 

 

 

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