Locuras de Amor
Recién llegada a mi primer trabajo, me hice amiga de una chica que compartía oficina conmigo. Era de un pueblo de Badajoz y coincidimos lejos de casa por primera vez las dos solas. Llegamos a Menorca en enero, bajo una lluvia intensa que embalsaba la calzada e inundaba parte de las aceras. Soplaba tramontana tan fuerte que salir a la calle era un deporte de riesgo, pese a lo cual teníamos que recorrer Mahón para buscar piso.
Enseguida nos convertimos en íntimas amigas porque éramos dos personas altamente compatibles; las dos amantes de la vida tranquila –y de la fiesta- de la playa, de la familia y de las tardes entre amigos. Trabajabamos en el mismo despacho, quedábamos muchas tardes para recorrer la isla y teníamos una afición común: la fotografía. Además las dos éramos mujeres curvilíneas, lo que nos permitía intercambiar la ropa en ocasiones, porque como es sabido por todas, no siempre ha sido igual de fácil encontrar moda tallas grandes . Hace años no existía opciones como Corazón XL Tallas Grandes …
Pasado un tiempo en que cada una vivía por su cuenta en un apartamento pequeño, le propuse compartir un piso más grande. Parecía razonable controlar gastos, a fin de cuentas nos llevábamos bien, y la convivencia no parecía más complicada que la soledad en sí misma.
Pero me dijo que No. Me sorprendió un poco aquella rotundidad pero por supuesto respeté su decisión y no insistí.
Al poco tiempo nos invitaron a una fiesta de cumpleaños y ella se disculpó diciendo que no podía asistir porque ese fin de semana iba a verla su novio y por tanto no estaba disponible.
- Trae a tu novio, le dijo la cumpleañera.
Tampoco dio explicaciones. Simplemente rechazó la invitación.
Una de esas tardes en que el paseo vespertino por la playa se alargó y nos quedamos a ver el atardecer, me contó que había conocido a Tomás en el Instituto y que llevaban juntos desde los 16 años. Siempre había sabido que se casarían así que él quería disponer de libertad de movimientos y autonomía para estar en casa de ella, cuando pudiera ir a visitarla. Por esa razón no podía compartir piso. Le planteé que la decisión suponía una inversión importante a lo largo del año para una circunstancia que en el mejor de los casos sucedía cada 5 ó 6 meses.
- No Ana, debo tenerlo todo preparado para cuando él apruebe la oposición y pida el traslado a esta ciudad. En ese momento nos casaremos y todo este esfuerzo habrá merecido la pena.
- ¿Te refieres al esfuerzo de mantener un piso tu sola, para disfrutarlo con tu novio un par de semanas al año?
- Si bueno, además le pago la oposición.
Supe que no debía preguntar más; con la cabeza embotada y la mente confusa volví a mirar el horizonte y a disfrutar del sol rojo.
Meses después vino a casa llorando desconsolada, pidiéndome que la acogiera porque se había quedado sin dinero. Le había dado a su novio una tarjeta de crédito para que dispusiera de los fondos de su cuenta y la había dejado sin blanca. Lo peor es que había recibido una carta de su hermana, diciéndole que lo había visto haciendo arrumacos con otra en algún rincón de Badajoz. Le rompió el corazón, y ella a mi.
Después de aquello se convirtió en una persona escéptica y agria. De trato difícil. Muchos de los que la rodeaban terminaron por hacerla a un lado, y cuando la vida quiso trasladarme a mi tierra, le perdí la pista. Siempre me he preguntado qué habrá sido de Cecilia… y si habrá vuelto a creer en el amor y a sonreír.